lunes, 3 de marzo de 2014

¿Cuándo comernos las ranas?


Hace algunos años tuve la oportunidad de leer el libro “Eat That Frog!”, de Brian Tracy, un sencillo pero muy útil manual que recoge algunas medidas para mejorar la productividad individual. Recomiendo su lectura. Y una de sus propuestas, que precisamente da título al libro, consiste en comenzar el día realizando aquella actividad o labor que menos nos apetece. La idea es buena, y se basa en un dicho popular según el cual si lo primero que haces por la mañana es comerte una rana, puedes estar bastante seguro de que será lo más desagradable que tengas que hacer en todo el día. En consecuencia afrontarás el resto del día con optimismo y mucho más motivado sabiendo que ya has hecho lo más difícil. Te habrás quitado la presión. Con la rana el autor se refiere a esa clase de actividades que nunca nos apetece hacer. Muchas veces la vamos dejando para más adelante, y nos justificamos con excusas para retrasar el momento. Y la verdad, la mera noción de que tenemos eso pendiente nos mantiene nervioso todo el día. 

Sin embargo, siempre hay tareas que nos gustan más, y otras por las que no sentimos atracción alguna. Es más, si pudiéramos, se lo encargaríamos a otro. ¿Y qué ocurre? Pues que esa tarea se convierte en una rana difícil de comer. Alguna de las tareas típicas en el mundo de la venta que no despiertan especial simpatía son las visitas o llamadas a “puerta fría” o algunas llamadas de seguimiento, la realización de informes, la preparación de presentaciones o el acopio de materiales. Y seguro que cada uno tiene las suyas particulares. A mí personalmente me genera cierta pereza el tener que volver a realizar una llamada cuando no he podido hablar con la persona que buscaba. Odio esa frase de “ahora mismo no puede atenderle, por favor llámenos de nuevo a las…”. Porque sé que siempre hay riesgo de que se me pase la hora por estar ocupado con otro cliente o enfrascado con otra tarea, en una reunión, o simplemente conduciendo. Y por tanto, si no puedo realizarla en su momento, se me acumula para las tareas del día siguiente. Y es una rana más que comer, pero con una diferencia: esa no puedo tomarla de desayuno, sino que tengo que esperar hasta la hora indicada.

Confieso que muchas veces pongo en práctica la idea, en especial cuánto más agria es la tarea que tengo por delante. Y funciona. Pero claro, no siempre es posible llevarla a cabo a primera hora porque en muchas ocasiones su ejecución no depende enteramente de uno mismo. ¿Qué hacer entonces?

Bueno, mi recomendación personal es buscar otro buen momento durante el día para llevarla a cabo. Y para mí el mejor momento es cuando he conseguido algún pequeño o gran éxito. Por ejemplo, cuando me han confirmado una visita importante, cuando he conseguido abrir una nueva puerta o cerrar una venta, etc. He descubierto que esos momentos de euforia son especialmente buenos para realizar, por ejemplo, aquellas llamadas que no apetece hacer. Con el optimismo recargado se afrontan los retos mucho mejor, y lo que es más importante, nuestro interlocutor percibirá la seguridad y confianza en nuestro tono de voz, y eso es de vital importancia.


En resumen, si aprovechamos el entusiasmo tras un logro y lo trasladamos a otra actividad, nos será mucho más fácil acometerla. Y quién sabe, a lo mejor no nos parece tan ardua como parecía al principio, y representa una rana menos que comerse.





No hay comentarios:

Publicar un comentario